Lo mejor de algunos libros es su ambientación, como en este caso, en el que la historia de por sí no consigue interesar al lector mas que en pasajes puntuales, y por tanto lo mejor es la inmersión en una época y lugar tan lejanos que casi parecen de ficción.
Así lo más valioso es mirar desde el tragaluz de la habitación de mujeres de la cultura Yao, y conocer (casi) de primera mano el proceso de vendado de los pies para alcanzar los lotos dorados, la preparación de las bodas por parte de la novia y la vida de casada en un mundo en el que las hijas son "ramas inútiles". Crían a las niñas para poco menos que venderlas a otra familia. No vivirán con sus padres, no perpetuarán su apellido y solo si tienen suerte serán respetadas en su nueva familia (si se casan con el primogénito y son las primeras de la casa en tener un hijo varón). Suena injusto, pero a diferencia de los personajes que son ficticios, todo lo relativo a esa cultura es real. Las que sobrevivían al vendado de pies (que causó tantas muertes infantiles), vivirían el resto de sus días encerradas entre cuatro paredes, toda la vida obedeciendo, sin tener ninguna posibilidad de decidir sobre nada relativo a su vida.
Del argumento, poco que decir. La protagonista no me ha inspirado nada, y he cogido más simpatía desde el inicio a su mejor amiga. La protagonista solo en su vejez se da cuenta de lo mezquina que ha sido, tal y como denota la amargura con la que comenta los acontecimientos de la novela. No narra en realidad su vida, sino la parte que comparte con su "latoong", con su alma gemela.
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