Novela histórica sobre la musa de un famoso pianista, podría decir que por eso decidí leérmela. Por eso y porque hacía mucho que no me leía ninguna novela romántica, y ya tocaba. (Tampoco me había leído la sinopsis, así que todavía pensaba que iba a ser una novela pastelona con el trasfondo del glamour de los años 20).
La primera sorpresa me la he llevado con el inicio en forma de flashforward, en el que la protagonista está muchos años después en un campo de trabajo soviético durante el régimen Stalinista (en la primera página, no adelanto nada, tranquilidad), así que he vivido el resto de la novela un poco inquieta por el futuro de la protagonista. Luego ya en el orden cronológico he vivido el glamour de París en los años 20, lleno de personajes famosos que hacían su cameo particular y sin excepción adoraban a la protagonista. Hemingway, Picasso, Coco Chanel... ninguno se resistía a una conversación con ella.
De alguna manera me ha recordado al personaje de Anna Karenina al principio de la novela, ya que vaya a donde vaya Lina Codina siempre destaca por su elegancia, su belleza y su saber estar.
La figura de Prokófiev se erige como segundo pilar de la novela, complemento de la protagonista y la llena de matices, no solo por las descripciones de los sentimientos de ella cuando oye su música, sino porque ayuda a retratar una Unión Soviética en la que ni siendo el compositor del pueblo estabas a salvo del yugo de Stalin. Es bastante descorazonador ver hacia donde se precipita todo, y ver que ni la música se salva en un lugar en el que solo se sobrevive con silencios.
Es una novela claramente de contrastes, la diferencia entre la despreocupación del principio y la gravedad de después la marca, dejando en anecdótico el carácter de novela romántica del principio. Es mucho más. Pero voy a quedarme con algo anecdótico, con las ganas de vivir de Lina pase lo que pase y con su saber estar en cualquier situación y en presencia de cualquiera.
Además merece la pena por el final, por el retrato que hace de la detención, las prisiones y los campos de concentración soviéticos, a los que todo el mundo iba con una confesión firmada, aunque fueran inocentes. "Para saber si alguien ha estado en el gulag solo hace falta mirarle a los ojos", dicen en la novela
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